El concepto por sobre la materialidad de la obra de arte.
A principios del siglo XX aparece el movimiento que marcaría el debate principal de su mundo artístico. La corriente conceptual es la que trae el dilema de qué es, y que no, una obra de arte. No solo por su contenido discursivo y su inclinación por cuestionar a las instituciones del circuito artístico, sino porque el hecho de que lo material deja de cobrar la importancia que tenía en las artes plásticas tradicionales hace que el espectador se planteé si lo que se encuentra en frente de él es arte.
La historia oficial dice que la primera obra considerada conceptual es el mingitorio expuesto por Marcel Duchamp en 1917, firmado con su seudónimo artístico «R. Mutt». Esta obra formaba parte de los famosos ready mades, piezas creadas por los artistas del Dadá que consistían en descontextualizar objetos de la vida cotidiana. Esta obra, adjudicada a Duchamp, tenía como objetivo cuestionar a la institución del arte por primera vez en la historia. Un urinario expuesto en otro contexto que no fuera un museo jamás sería considerado obra de arte; sin embargo, al encontrarse en una sala de exposición y al ser firmada por un artista plástico de renombre este sería considerado como tal.

La historia que no cuentan los libros es que este ready made fue, en verdad, la creación de una mujer integrante del movimiento Dadá llamada Elsa von Freytag-Loringhoven. El seudónimo «R. Mutt» le pertenecía a esta artista neoyorquina, amiga de Duchamp, quien, por ser mujer, debía de ocultar su identidad para que sus obras fueran aceptadas en ciertos ámbitos, por lo que podemos decir que ella fue su verdadera autora.
Se inaugura a partir de este momento la apertura de toda una serie de expresiones artísticas donde la importancia de la obra estaba en la idea, el mensaje o el concepto que se quería dar a interpretar al espectador, y no tanto su materialidad. El happening y la performance, el arte pop, las nuevas formas de abstracción, el arte povera, el process art y el land art, son algunas de ellas.
Con el tiempo, comienza a hacerse foco más en la figura del artista y no tanto en el objeto artístico. Tal es el caso de la obra de Keith Arnatt, quien se tomó una fotografía a si mismo con un cartel en el que se encontraba impresa la frase: «soy un verdadero artista». Lo que se disputa es la nueva visión que el artista tiene de sí mismo, pero también, la visión que el público tiene de él, ya que el artista se considera como su creación más autentica y es ahora una figura más pública que antes, involucrándose, incluso, en cuestiones políticas.

En 1965, Joseph Kosush expone su obra Una y tres sillas. Esta consistía en una silla (objeto real) expuesta junto a una fotografía de esa silla (objeto representado) y a una definición extraída de un diccionario de la palabra «silla» (concepto). Este planteo que nos trae Kosush, define al arte conceptual: no es necesario la representación de la silla ni siquiera la silla real, solo la idea de la silla puede ser la obra de arte en sí misma.
El arte conceptual ha sido cuestionado en su momento y hasta el día de hoy muchos lo consideran una forma elitista de hacer arte. Esto se debe a que, por la naturaleza de estas obras, se necesita de ciertos conocimientos para comprenderlas. Sin embargo, no puede negarse que dentro del contexto de principios y mediados del siglo XX, donde solo se podía considerar arte visual a un objeto expuesto en un museo o galería de arte, el conceptualismo rompió con los parámetros con los que era pensado e hizo un aporte más que importante para desacralizar a las instituciones artísticas, permitir cuestionarnos la definición de arte, repensar el rol del artista, permitirle al espectador convertirse en público activo y cocreador de la obra, así como hacer una lectura crítica de la historia del arte.

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